Antes que llegue la hora de marcharme,
tu allí, yo aquí.
tanto monta, monta tanto,
hablo de Isabel y Fernando,
mírame,
tientate, no mientas,
y en todo caso sigue tu camino
que el mío no necesita de sendas
por estar dibujado con humo.
Construye un hueco en tus pómulos
para que la sonrisa anide allí,
álzame la mirada
como si estuvieras herrando una caballería
y los clavos fueran de hielo
y las herraduras de papel
y no maldigas
por haberte quedado convertida
en una estatua de sal como Lot
por hacer lo que no tocaba
porque tu castigo divino
también ha podido con mi inocente curiosidad
y he aquí a los dos construyendo diálogos para sordos
en un desierto sin montes a los que poder ascender
para calentarnos junto a una zarza ardiendo
mientras un marmolista escribe un libro.
Dime que no estoy loco
y que la locura es algo más que una palabra
arrancada de un tronco seco junto a un camino
y arrojada al paso de los que no quieren convicciones impuestas.
Es casi un pecado distraer estos pensamientos
sin explotar sus átomos de sentimientos y me siento
ya al borde de un precipicio imaginario
solo como aquel triste capitán de un barco que se fue a la muerte
porque era el último y único viajero.
Odio las encíclicas aunque promuevan el Populorum Progressio
porque hacen olor a perfume de rosas enfrascadas
y me repelen las pastorales sin ovejas ni pastores al igual que los mosquitos.
Mi único sacramento es morir en paz conmigo mismo
y mi mayor Don el que no me llevaré conmigo a nadie al otro mundo
a no ser que me lo pidan a gritos y a la desesperada
como así lo hizo, tal vez, un tal tal Ramón Sampedro,
héroe, aprendiz y maestro.
Todo esto hace olor a vida
y a pasión nazarena,
a calvario último,
a muerte entre ladrones por desgracia,
a rescate,
a mentiras,
y a instantes de palmas,
silencios
y cante jondo,
salido de una garganta profunda
regada con vino,
caramelizada con aires del Sacromonte granadino
y acompañado todo de una capa negra
y de un fantasma de la Opera
al cual tomé aprecio porque su desgracia por aquellos días
era parte de nuestro infortunio
como esclavos al servicio de un dictador barbilampiño.
Ya me callo
y me alejo
pensando en ese rescate
tan bueno, esperado y querido
que nos vende un presidente de gobierno
fustigado por su mayor enemiga
en la revista El Jueves
y espero que la deuda se amortice
con queso y chorizos de la Mancha,
con polvorones de Estepona,
con naranjas de Valencia,
con plátanos de las Canarias,
con mejillones de Galicia,
con sardinas de Santander
con paleduz de Pinarejo
con carbón de las montañas de España,
con anchoas del Cantábrico
y con una corona de flores que diga
a España la mataron sus mejores amigos
entre ellos todos los ricos.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
en su "Mar Adentro"
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