En esta casa,
de placa grabada con grandes letras,
señalada como si en ella
hubiera venido a nacer
el profeta Samuel, último juez,
lo hice yo,
habla la voz siniestra
que habita en las entretelas
de mi alma secuestrada
por Buscarini, el niño poeta,
y de tal guisa
el hecho vino a acontecer
que las campanas al viento
vocearon sin querer
a la vez que acababa de nacer.
Me vine al nuevo día
entre cantares de urracas
que desde su nido se reían
al saberse ya
dueñas de mi vida
y negros cuervos
de pico puntiagudo
y garras asidas con destreza
a los barrotes de una ventana
desde la que se veía
la pequeña alcoba inmaculada
de polvo y paja
donde yo en una cuna apaciblemente dormítaba.
Puede ser que en la casa se revivan
aquellas olvidadas presencias
y en ella
un fantasma
el mío
si quieren que les diga
tocado de sabana blanca
como la lana de las ovejas
vague y bale
entre muebles viejos y porcelanas
de esmaltes azules
y bordes rotos por la desgana
del tiempo que todo lo machaca.
Puede ser que el fantasma
ya liberado del peso de escribir
sea libre
y en esos laberintos
por los que se mueven las estrellas
y demás maravillas
que en los cielos brillan
sea un perdido planeta
de superficie polvorienta
o quizás en ese afán
de asomarse a mi desolada vida
un pobre de pacotilla
con capucha de tres cuartos
y zapatillas remendadas con hebillas.
Puede ser que me venga a pasear
al pueblo que me dio la vida
y si en mis sueños
aquellos con los que padezco
de resaca infinita
encontrara otra posada
sin más huéspedes en ella
que mi propias melancolías
me vaya hasta allí
en busca de aquella madre
que me trajo desde la Argentina
para ser parido,
al igual que el Señor, en Belén
con el único ropaje
que da la vida
cuando uno salta al vacío desde la vagina
y encuentra unos manos que lo limpian
y le dan sin necesidad de ninguna propina
los primeros besos y caricias.
Autor: José Vte. Navarro Rubio
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