¡Ay del pueblo perdido!
con sus aromas
en mis carnes metidos
desde que siendo pequeño
me embrujaron los silencios
de las noches largas
como gavillas de sarmientos
y haces de trigo.
Vuelvo de continuo
a las calles empedradas
me paseo
como gota de agua
peinando mi destino
de un lado a otro
de sitio a sitio,
La vieja iglesia sobre su podio
de roca viva
nos espera
y nos convierte de inmediato
en su amigo,
respira la tranquilidad
de los aires infinitos,
la paz de la sepultura
que será el final de un largo camino,
los gozos que de vez en cuando llegan
hasta allí donde nacimos,
ser alguien,
alguien dijo,
ser solo lo que no un día fuimos,
tan pequeños, tan diminutos
como el fruto en la rama del membrillo,
como,
digo,
el nido de la alondra
con sus guachos abriendo sus picos.
Volver al pueblo,
la lejanía es ese punto,
en que los recuerdos vuelan en círculos,
desde el día en que de él nos fuimos.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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