La vida decía un poeta en un libro
que se me escapa entre las manos,
es un bar en muchas esquinas
y muchas esquinas con farolas
cogidas entre las manos.
Puede ser que sea otras cosas,
tantas que le he preguntado
a un amigo,
él sabe mucho
de todo lo relacionado con la vida
pues en pocos años ha vivido todas
y de un solo trago.
Todo no funciona,
así fuera lo que llevamos en la mano
el volante de un coche
o el aguinaldo
que recibimos siendo niños
de vez en cuando.
Si me animo a mi me cuesta poco dar un paso
diría que la existencia es todo lo que nos ha sucedido
y lo que no estando
al alcance de nuestra vista se supone que ha pasado.
Millones de sensaciones y de todas ellas
solo estamos analizando
la mía por aquello de que soy quien les hablo.
Pararé un segundo, tomaré aire,
levantaré la mano,
miraré al frente
y si es que todavía para ese instante cercano
la luna no ha salido,
continuaremos hablando,
de Pompeya, la ciudad por el Vesubio enterrada
entre cenizas, cascotes y millones de gusanos,
de esos que comen de los posos
que se pueden ver
en los vestigios arqueológicos encontrados.
Pues si de esto podemos hablar
y escribir, de esto
queda rato,
de sacarle los dientes al presente,
por todo lo que hicimos,
yo levanto,
levantamos,
una copa al aire
aunque esta sea solo agua con burbujas
en su fondo flotando.
Puñetas y puñetazos,
caras al descubierto
nos vamos
llenando del aire que respiramos,
lo mejor de todo el oxigeno congelado
para poderlo respirar
cuando ascendamos
al Machupichu
sin necesidad de mascar
hojas secas en un establo,
algo parecido a lo que hacen las cabras de un ganado.
Vuelta a lo de siempre continuamos
ejerciendo de pastores,
volamos,
y si no nos estrellamos
volveremos con un poema más
para cuando se abra la temporada
y se vendan en el mercado
palomitas de maíz
y regaliz concentrada en peñas dosis
para saciar el hambre y endulzar los orgasmos.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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