La noche nos trae poemas muy interesantes
en forma de hojas de amor
deshidratadas,
que el día transforma en lodazales y charcas
donde se pescan peces
que llevan barro en sus entrañas.
Los bellos poemas viven en las noches
sus mejores horas de amor, y galas,
el día los envilece,
los convierte en bolsas de basura
que si se abren con saña
sacan al exterior
los restos de nuestras comidas,
palabras al vacío congeladas,
frases que no cuelan con nada,
aritméticos descalabros,
algo parecido a sinfonías paganas
de arpas desafinadas,
de gargantas atomizadas,
de riscos y ripios a la puerta del alma,
impidiendo en los albores de cualquier claror,
aunque sea de fértiles llamas,
que se abran
esas puertas a la noche ya cerradas,
ya convertidas en fuertes trancas,
en su interior los deseos
en los poemas enigmas sin patria
y las risas sin cara
de los fértiles artilugios con que se labran
los surcos de los poemas en los que se siembran
las semillas con las que el amor avanza.
Aquí me detengo el motor del agua clama
y es que una gota de ese liquido sagrado
cae sobre una palancana
y quiero oír esa sinfonía barata
de un grupo de metal
que en mi buhardilla se lanza
a proclamar la libertad de catedra
de las goteras con que se viste de gala
la colmena donde viven las abejas
que con su dulzor
el desayuno me alagan.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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