Nacimos al trigo
y eramos nada más
y nada menos que trigo.
En la comida, cena y desayuno,
trigo fuimos
en las tragedias y amor,
en el trabajo y en la muerte,
entre las espigas
los cuerpos por allí pudriéndose,
solo trigo nos sentimos.
Trigo éramos para cuando
llegaban las fiestas
y bailando nos sentíamos
tallo y espiga
raíz y grano molido.
Ya los niños nos íbamos
a la escuela cantando
y jugando entre los trigales,
campos ellos con trigo.
Trigo fuimos
en las misas y novenas,
en las rogativas y allí
donde se mirará.
El sol era
del color del trigo
y la luna dormía
sus sueños de oro
pensando que era hija
de una espiga en el cielo,
de trigo.
Trigo para dar y con el trigo,
la poesía se espiga
y su color se hace
oro puro.
Con la espiga granada
y con ella su tallo limpio
bajo la tierra la simiente
por allí donde se mirara,
volvían a surgir ellos los trigos
A los aires de la Mancha
a la sombra de los pinos,
al calor de un viento maldito
y a la luz de los ojos de un búho
ha nacido siempre el trigo
brillando en el corazón
de las aves nocturnas
que vigilan nuestros destinos.
Trigo ya en la era
y en el molino,
ya su cabeza hecha harina
y ya su blancor
convertido en harina
y poco más el trigo,
que el pan que comemos
y comimos.
Y para cuando la va la vida se va
todo queda convertido,
en la vuelta a lo mismo,
a la infancia
para cuando con ayuda
de una hoz
no había más destino
para el trigo
que morir
para ser padre e hijo
consumidos en un santo sacrificio.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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