domingo, 11 de agosto de 2024

POESÍA: UN ¡AY! QUE LA SANGRE HIELA

 Lento transcurrir en un día 
en que la muerte llega
por aquella Granada,
de aquellos días,
en odios encendida.

Algo se presiente,
se ven las calles vacías,
y es que todo inspira
 más pena que alegría.

Y en las prisas
de alguien que le canta a la vida 
 se oye un ¡Ay!
que suena a muerte que se avecina.

Todo es tristeza
entre aquellas cuatro paredes
en las que Federico 
por una ventana mira
el jolgorio de quienes 
en aquella noche mortecina
solo piensan 
en sacrificar a una inocente víctima.

Si no llora Granada
es porque en el horror
de una guerra vive
una gran pesadilla.
Ya patrullan por sus avenidas
las aves de rapiña,
garras afiladas
son las suyas
tanto que arañan 
la cordura
y dejan al descubierto
un mundo en el que manda la locura.

Fuma Federico García Lorca
 en el silencio
de unas horas malditas,
sabe que la muerte 
se ha convertido 
en una compañera inoportuna,
le llega el sabor a hiel y salmuera,
El humo del tabaco (1)
en aquella estancia 
convertida en sacristía
anuncia una triste despedida

Autor: José Vicente Navarro Rubio

(1) Miguel Ángel del Arco Blanco (Granada, 1978) publica " Un espacio para rescatar del olvido: La Facultad de Derecho y el asesinato de Federico García Lorca: 

Federico estaba fumando. El humo salía de sus pulmones buscando una pequeña rendija, una metáfora, una grieta por la que cupiera un verso más. Cada cuatro pasos, la pared y la calada. En otras horas, el despacho tendría funciones de rutina, ahora mismo sabe a cárcel. Es la madrugada del 16 de agosto de 1936 y Federico García Lorca fuma y fuma con la única compañía de una mesa, un sillón y dos sillas. Está en la primera planta del gobierno civil de la capital, lo que años más tarde –él, claro, no lo sabrá nunca– será el Departamento de Derecho Constitucional de la Universidad de Granada. Tras la puerta cerrada, entre un centenar de voces alteradas, el poeta cree escuchar la de su amigo, Luis Rosales. Pero no. No distingue nada. Sólo ruido y muerte. Así que fuma otra vez, de esquina a esquina. De tanto en tanto se para frente a una pequeña ventana enrejada por tres varas de hierro. Allí se detiene para soñar que respira aire fresco; para guiar el humo sobre el bello Jardín Botánico que florece como una melodía de Falla. En la pequeña habitación no hay rastro de la Vega, de la Residencia de Madrid, de la Argentina enamorada, del Nueva York cosmopolita. En la habitación no hay pasado ni futuro. Sólo humo. Pasadas las horas, con la mano en la mejilla y la cabeza baja, alguien abre la puerta.

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