¿Por qué me he dicho,
ahora que estoy tranquilo
y reposando,
no hablar sobre lo que he hecho hoy,
si solo ha sido pasear
casi ya sin aliento
por los lugares de siempre?
He pasado por delante
de una iglesia
y he visto salir de ella
a gente muy elegante.
Poco de pobreza y poco de ese sentir,
en la belleza del paisaje,
el aleteo del Espíritu Santo
cerca de donde la casa de Dios se abre
para escuchar sermones,
que a poco que se analizan saben
más que a Dios
al ardor guerrero del sacerdote,
que ante su público se abre
como si fuera una granada madura,
de esas que dejan ver los granos
a través de la piel herida
por algún objeto cortante.
Y he seguido paseando
hasta un bazar chino,
en que se compra
todo lo que se quiere,
es como si los encargados
de estos comercios
tuvieran una varita mágica y ¡zas!
en tal pasillo y estante,
aparece aquello que buscas,
a la espera de que la mano adelantes
y te lo lleves,
como si fuera una reliquia
de esas de conservar guardada en un cofre.
Ya en el paseo marítimo
el mar es el de siempre,
azul tocado de impurezas,
olas poco agrestes,
bañistas en retirada,
quedan en la playa las siluetas tristes
de las gaviotas buscando refugio
para pasar la noche.
Tarde con diferentes sabores
si esta hubiera sido un helado
y me tocara elegir
con que quedarme,
yo diría que de todo lo que más me apetece
es meterle el diente a ese hiriente chocolate,
que ya en la boca se convierte
en esa especie de estasis,
que nos invita a escribir
para cuando ya el último bocado
ha acabado con el cornete.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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