Vagar entre mares
sin despegar los pies de tierra,
es una aspiración que solo logran
los que se sienten poetas
y son capaces solo con los poemas
hacer salir entre la maleza
todo aquello que en los versos se contempla.
Una vieja aspiración
es aquella
que resiste al tiempo
y se congela
en las gélidas aguas de la inteligencia
por allí donde habla el alma
y calla el ser que de ella se llena.
Días son estos
en que nos sentimos
atados a una existencia
que no sabemos como será
para esos instantes
en que uno ya no esté presente
para contar odiseas.
Leyendo uno se entera
de aquello que la gente siente,
del amor y de las penas,
de todo aquello
que forma parte de nuestra existencia.
De lo que me toca se
que estoy por aquí
para contar historias,
llenarme de aventuras,
resucitar escenas,
decirles a quienes me leen
que si tienen paciencia
pueden que vean
la cara oculta de la luna
antes de lo que esperan.
¡Qué vida esta!
¿Y que vida puede ser aquella?
Entre interrogantes
estos versos se sujetan
a todo aquello que nos mantiene en vela,
para esos horas de la noche
en que lo más sensato es dar puerta a las ideas,
pero no, el asunto es otro,
yo quisiera
que todo fuera
como un remanso de paz eterna,
sin guerras, ni discordias,
sin batallas de las letras,
sin ironías ni malas presencias
de los fantasmas de siempre
atando nuestra lengua,
cegando nuestra vista,
rompiendo los esquemas
que unen a los sintagmas con los morfemas,
los atributos, con las estrellas
que brillan en el cielo
y se nos muestran
tan encantadoras
que detrás marcha uno
para ver si caza
una de ellas
y la coloca por sorpresa
allí donde el cielo se une con la tierra.
Paz quisiera
de esa que se huele
como la buena comida
bien puesta en una mesa,
ya todos hambrientos de aquello que se mastica
y se traga para alimentar a las fieras
que somos quienes escribimos
hasta que los dedos se nos convierten
en una especie de leznas,
que agujerean desde la piel
a las más duras de las maderas.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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