Me rompí por dentro,
me hice astillas,
brotó una flor
sobre la calavera de alguien
que había recibido
un tiro de gracia en la nunca.
Y el general reía
y hacia gracias
y firmaba decretos
mientras acariciaba el peluche
de su hija que dormía en una cuna.
Un ser frío,
un inculto,
un cabrón,
un verdadero hijo de puta,
aquel tipo
que parecía algo
y solo era la cara oscura
de una mareada luna.
Aullido
se oye,
aullido
que pita
y no es cafetera
ni víbora,
es el pitido
de un pelotón de fusilamiento
que atiende
a la voz de mando
del castrado oficial de poca estatura
que vive sus últimos días de alegría
a expensar de saber lo que hace,
por una estrella de esas que solo brillan
si se les pasa un paño y un gargajo de propina.
Autor: José Vicente Navarro Rubio
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